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BIANCA

Las horas pasan. Este tic-tac continuo en mi cabeza no cesa por más que intente despeinarme. Me persigue, me encierra, me aísla de todo lo sano que puede tener una mente. Quizá tenga razón Marnie al decir que ni las calles, ni la gente, ni los coches, ni Barcelona entera son capaces de callarme.

Me llamo Bianca y mi vida se destruyó hace cinco días. Incluso ni siquiera sé si estoy todavía viva. Quizá solo a medias muerta. Tengo la sensación de que me he dejado allí, en aquel restaurante de mierda, con él mirándome como miramos cuando nieva en nuestra ciudad, con esos estúpidos ojos.

-Si fueras un desastre natural ¿cuál serías?

-Terremoto, -reíste-me gusta hacerte temblar-. Pero te equivocabas. Eras un huracán. Un puto huracán.

Me destruiste la vida, y te lo digo en un folio porque nunca has tenido cojones para leerme. Yo era un volcán. Un jodido volcán que lo devoraba todo, pero ahora las calles están vacías, no hay nadie y todo me sabe a sangre: Barcelona entera ha muerto conmigo.

Invierno en la ciudad, otoño en mi pecho. Las agujas del reloj llevan taladrando mi cerebro todo el día. Estoy escondida debajo de una piel que no responde a las llamadas de socorro. He estado tan acostumbrada a ti que he hecho las maletas y me he largado sin mí, y ahora ni siquiera sé dónde coño me he perdido. ¿Dónde me encontraré? ¿Adónde tengo que ir para sacarte de mi cabeza? ¿Qué es la soledad si te echo de menos? El amor siempre va a acabar conmigo. De una manera u otra, soy yo la que es adicta al dónde estás que no estás aquí, o al no quiero que vuelvas, pero ven rápido a mí.

Odio este silencio. Odio no poder callarme. Odio odiarme. Pero sobre todas las cosas, odio que te hayas llevado algo que no te correspondía. Me miro al espejo y juro que no me reconozco. ¿Desde hace cuánto no soy yo? ¿desde hace cuánto tiempo he estado tapándome los oídos, los ojos y la boca? Yo, que siempre lucho por lo que quiero. Yo, en contra de cualquier amor que ama a ciegas. Yo, la que siempre gritaba y decidía lo que entraba o no por su vida. Yo, la que he caído, otra vez, sin saber cómo.

Me siento como si me hubiera metido a mí misma en una cárcel. Como cuando le dicen una adicta que de rehabilitación no sale hasta que sane, me ordeno: aquí no amas hasta que no te ames. Estoy en la cuerda floja. Lo que más duele no es estar dividida en dos, sino que la otra parte me haya abandonado por completo y tenga que luchar sola contra mí. Te diré algo: yo no sabía qué significaba el amor, yo solo entendía de libertad. Y es gracioso porque ahora mi piel es de rayas, y las cadenas me obligan a mirar cara a cara a mis demonios. Mis monstruos. Mi más profundo y oscuro yo. Y ahí, por mucho que me hayas destrozado, ahí solo estoy yo.


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